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 HOMILÍA DE LA EUCARISTÍA ESTACIONAL CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL MINISTERIO EPISCOPAL DE S.E. MONS. MARIANO JOSÉ PARRA SANDOVAL, II ARZOBISPO DE CORO.

“La paz y el amor del Señor Jesucristo sea con Ustedes.”

            Es el saludo de Cristo Resucitado que, en su nombre, quiero hacer llegar a todos los habitantes de esta Iglesia Arquidiocesana de Coro a la que he sido enviado como su Segundo Arzobispo.

            Hoy hemos escuchado en la proclamación del libro del Profeta Isaías estas palabras: “A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado”. El profeta está consciente de que su misión es predicar la Salvación, anunciar la Buena Nueva de Dios.

Y en la I carta de San Pablo a los Corintios, el Apóstol nos presenta al nuevo Pueblo de Dios a través del símil del cuerpo humano que conforma una unidad, animada por el Espíritu.

Quiero inaugurar mi misión en esta porción del Pueblo de Dios , para el cual el Señor me escogió y formó desde el seno de mi madre, con estas palabras del profeta Isaías y del Apóstol Pablo y quiero unirlas al lema que he tomado para mi episcopado y que escuchamos del mismo Jesucristo en el Evangelio que se nos proclamó: “No vine a ser servido, sino a servir.” Estoy consciente de que Dios me escogió para esta misión, a pesar de mis debilidades y pecados, a fin de que me constituyera en el primer evangelizador y que hiciera por lo tanto de la evangelización mi misión y mi gozo. Ese debe ser mi primer y principal servicio.

El Evangelio de Jesús es la respuesta de Dios a las cuestiones vitales de la humanidad, pues evangelizar “es ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar  que ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo encarnado ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna”, según nos enseña el Beato Paulo VI en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi” # 26. El contenido de esta evangelización es una “clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la Gracia y de la misericordia de Dios.” (EN 27) Y como nos dice el Papa Francisco: “Cristo es el Evangelio eterno” y es “el mismo ayer, hoy y siempre, pero su riqueza y su hermosura son inagotables…Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece” (EG 11)

El Papa San Juan Pablo II nos recuerda también que “el renovado ardor apostólico que se requiere en nuestros días para la evangelización, arranca de un reiterado acto de confianza en Jesucristo; porque Él es quien mueve los corazones.” (Uruguay 1988)

La Nueva Evangelización debe ser una propuesta a la libertad y a propiciar la liberación de toda esclavitud. Exige, en consecuencia, la ruptura de toda relación de dominio y sometimiento. Exige abrir espacio al Reino de Dios en medio de un mundo hostil y competitivo. Abrir espacios de humanidad, justicia, fraternidad, solidaridad y de encuentro en la comunidad. La evangelización debe renovar la misma humanidad, “alcanzar y transformar los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad y prolongar en la historia y en cada lugar la acción evangelizadora de Jesús y de los Apóstoles.”

Como consecuencia de esto, la Evangelización se dará en una Iglesia Comunión, Ministerio, Servidora, Pobre, Sencilla y Humilde. Comprometida con los necesitados, los pobres, los excluidos de siempre. Una Iglesia cuyo valor se base no tanto en las “obras”, ni en el número de fieles practicantes o de los sacerdotes y religiosos que tenga, sino en el testimonio auténtico de los que viven un compromiso de fe. Una Iglesia sal, luz del mundo y levadura de las masas de la humanidad.

Una Iglesia, Pueblo de Dios, comunidad de fe, donde cada uno de los bautizados asuma su responsabilidad efectiva. Una Iglesia donde los pastores – Obispos, Sacerdotes y Religiosos- no pierdan su papel, su misión particular, pero, al mismo tiempo, favorezcan la participación efectiva de los laicos.

Una Iglesia más comprometida con las realidades del mundo, porque todos los bautizados deben comprender que ellos son Iglesia y donde viven y actúan, están cumpliendo una acción evangelizadora. Una Iglesia comunidad de aquellos que han hecho de su vida un compromiso de fe en Jesucristo.

Una Iglesia sacramento de comunión pues el Espíritu nos congrega en ella como Familia de Dios. En un mundo cargado de divisiones y guerras somos, como Iglesia sacramento de Comunión, referencia de lo que Dios quiere para la humanidad. Somos Iglesia sacramento de comunión donde somos uno en el Espíritu pero donde cada uno sirve a la evangelización de acuerdo con su carisma. “La mayor luz testimonial que brota de la comunión es el amor: ‘Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que ustedes son discípulos míos’ (Jn. 13,35). Esta comunión ‘es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu, que Jesús nos da (Cf. Rm. 5,5), para hacer de todos nosotros ‘un solo corazón y una sola alma’ (Ac.4,32)” Jesús reúne y forma a sus discípulos en comunidad. Los envía a formar comunidades y los envía en comunión a la misión.

Si queremos ser fieles al designio de Dios, nos dice San Juan Pablo II, que el gran desafío de nuestro tiempo es hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión. Y nos invita a vivir una espiritualidad de comunión. Y ésta consiste en la “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como « uno que me pertenece », para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.” (NMI 43)

Pero, no podemos olvidar que hay una historia que nos precedió en la obra evangelizadora y en la construcción del Reino en esta hermosa tierra falconiana. Ya desde el tiempo del descubrimiento, la conquista y la colonia encontramos misioneros que vinieron a esta tierra a sembrar la semilla del Evangelio de Jesucristo. Venciendo calamidades, enfermedades y violencia fueron dejando en el corazón de los falconianos el pequeño grano de mostaza de la Buena Nueva. Por ellos damos gracias a Dios.

Quiero caminar con ustedes construyendo ese Reino que ya mis predecesores han iniciado. No podría hacer nada si no continúo la valiosa obra evangelizadora de pastores tan insignes como Mons. Lucas Guillermo Castillo, Mons.  Francisco José Iturriza Guillén, Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales y mi amigo y predecesor Mons. Roberto Lückert León.

Mons. Lucas Guillermo Castillo, pastor según el corazón de Dios, le tocó poner las bases en esta segunda etapa de la Iglesia Particular de Coro; crear todas las estructuras diocesanas con pocos sacerdotes, pero, con un inmenso ánimo de llevar la Palabra de Dios al pueblo falconiano.

Mons. Francisco José Iturriza Guillén en su largo episcopado continuó la obra evangelizadora de su antecesor. Se identificó plenamente con esta tierra y su población. Recorrió de punta a punta la geografía falconiana en muchas oportunidades. No sólo se preocupó por la evangelización en el sentido estricto, sino que también trabajo por el crecimiento humano social de este estado. Creó el Museo Sacro Arquidiocesano y fue propulsor de la Universidad Francisco de Miranda. Fue un Pastor cercano que supo encarnarse.

Mons. Ovidio Pérez Morales un pastor que le tocó implementar de manera más profunda el Concilio Vaticano II.  Impulso la evangelización a través de los celebradores de la Palabra en aquellas comunidades no asistidas por sacerdotes. Creó el Seminario Mayor San Ignacio de Antioquía, la Radio Guadalupana y la Escuela de Teología para los laicos entre otras.

Finalmente, mi hermano, amigo y antecesor Mons. Roberto Lückert León, primer Arzobispo de esta Iglesia. A ejemplo de Mons. Iturriza ha recorrido palmo a palmo todo el territorio del Estado Falcón y propulsó la creación de la Diócesis de Punto Fijo. Su voz profética se elevó ante las injusticias que percibía eran cometidas con el pueblo. Franco y sincero elevó su voz ante las circunstancias difíciles que se viven.

Quisiera para concluir dirigirme, en primer lugar, a Uds. los sacerdotes seculares y miembros de Institutos de Vida Consagrada y Diáconos Permanentes, que “están adscritos al cuerpo episcopal, por razón del orden y del ministerio” (LG 28). Para realizar esta misión evangelizadora cuento con Uds.; sin su participación decidida y entusiasta, es imposible desarrollar esta misión. Quiero que vean en mí al Pastor, hermano y amigo. Las puertas de mi oficina y de mi casa estarán siempre abiertas para Uds. Debemos buscar momentos de encuentro mutuo que nos permitan crear ese ambiente de familia que nos propone el Concilio Vaticano II.

A las religiosas y los religiosos quiero expresarles mi más profundo agradecimiento por su labor callada, sencilla, constante y ardua  prestando su apoyo a la evangelización de esta tierra y espero que siempre encuentren en mí al Pastor que los acompañe en su labor apostólica. Cuenten conmigo.

Quiero hacer llegar también mi saludo y una palabra de cariño para los jóvenes seminaristas de esta Arquidiócesis que se preparan con entusiasmo y dedicación a su sacerdocio. Quiero ser para Uds. un padre que, cuando tiene que corregir, lo hace, pero, que al mismo tiempo es capaz de mostrarle su afecto y su amor. Uds. son la esperanza de esta Iglesia. Esto los debe, no llenarlos de soberbia, sino de responsabilidad y seriedad.

A Uds. los laicos, integrantes o no de los movimientos y grupos apostólicos, que han comprendido que la misión de la Iglesia no es solo de los sacerdotes y los religiosos, sino que es también su responsabilidad, les prometo acompañarlos en todos sus proyectos y actividades.

Y a Uds. los jóvenes sinceros, generosos, valientes y decididos, dispuestos a cualquier sacrificio por llevar el conocimiento de la persona de Jesús a sus compañeros, a sus amigos, en una hora tan difícil como la que atraviesa nuestro país, les brindo mi confianza y mi amistad. Son Uds. testimonio vivo dela perenne juventud de la Iglesia y son el presente y futuro de ella y de nuestra hermosa patria.

Finalmente, a todos Uds. queridos hijos e hijas de esta Iglesia Arquidiocesana que, hoy se han congregado en esta hermosa e histórica Catedral Basílica de Santa Ana, provenientes de los más apartados rincones de esta Arquidiócesis, reciban mis más grandes sentimientos de gratitud y el compromiso de visitarlos en cada una de sus comunidades. Sean, por favor, portadores de mi saludo y bendición para todos aquellos que no pudieron venir. Desde este mismo momento me quiero convertir en un falconiano más y quiero adquirir el compromiso de identificarme con esta comunidad que es depositaria de un gran patrimonio histórico y cultural de nuestra patria Venezuela.

Quiero hacer pública mi gratitud y reconocimiento a todos aquellos que se han esmerado en preparar esta ceremonia de inauguración de mi Ministerio Arzobispal en esta Iglesia Particular. Y que han querido que me sienta, desde el primer momento, en mi casa. Dios les bendiga su generosidad.

Queridos hermanos sacerdotes, religiosas y religiosos, Diáconos Permanentes, demás agentes de pastoral y Pueblo fiel de esta Iglesia de Coro quiero, igual que San Juan Pablo II, en su Exhortación “Novo Milenio Ineunte”, invitarlos a remar mar adentro: “Duc in Altum”. Lancémonos con ardor y entusiasmo a la inmensa tarea de la evangelización de nuestro pueblo. Rememos mar adentro, sin miedo, con la confianza puesta en el Señor Jesús, ayudados por la mano amorosa y protectora de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de esta Arquidiócesis. A ella también le encomiendo mi servicio episcopal en esta tierra falconiana y le pido nos lleve de su mano hasta su Hijo Jesucristo.

El Señor ha querido ponerme al frene de esa Iglesia Arquidiocesana no por mis méritos, sino por su infinita bondad. Quiero ser el hermano mayor que camina con todos ustedes hacia la construcción del Reino en esa porción de la Iglesia. Como Pastor anunciador del Evangelio no puedo caminar en solitario sino de la mano con toda esa Iglesia Arquidiocesana.

Quiero caminar con ustedes construyendo ese Reino que ya mis predecesores han iniciado. No podría hacer nada si no continúo la valiosa obra evangelizadora de pastores tan insignes como Mons. Lucas Guillermo Castillo, Mons.  Francisco José Iturriza Guillén, Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales y mi amigo y predecesor Mons. Roberto Lückert León. Ellos con generosidad y esmero han sembrado muchas semillas. Quiero con todos ustedes continuar esa obra evangelizadora. Quiero, como dice el Papa Francisco, caminar delante de ustedes “para indicar el camino y cuidar la esperanza de nuestro pueblo”, otras veces en medio de todos ustedes pues, con San Agustín proclamo: ‘con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo’” (San Agustín. Sermón 340, 1) Ser obispo significa una mayor responsabilidad de servir, de ser totalmente de los hermanos. Entiendo el episcopado como una mayor exigencia de entrega, de sacrificio, de asumir la cruz junto a Jesús, para con Él trabajar por la liberación integral del hombre”. Con el Señor Jesús les digo que voy “no para ser servido, sino para servir.”