La emoción se siente en la voz del Padre Pierluigi Maccalli al final de la audiencia de hoy con el Papa Francisco, quien ha rezado por él durante mucho tiempo junto con toda la Iglesia. El encuentro con el Pontífice tuvo lugar un mes después de la liberación del misionero en Mali: hay gratitud e incredulidad ante el Vicario de Cristo que se inclina para besar las manos del sacerdote.
Benedetta Capelli y Gabriella Ceraso – Ciudad del Vaticano
Después del abrazo con el Papa en la audiencia que tuvo lugar el 9 de noviembre en el Vaticano, no hay más palabras que «gracias».
El padre Pierluigi Maccalli, misionero de la Sociedad de Misiones Africanas, originario de Madignano, en la provincia de Cremona y liberado el pasado 8 de octubre después de dos años de prisión entre Níger y Mali, repasa con Francisco lo que ha vivido y le confía su África, que ha quedado sin guía misionera. Este misionero de las periferias siente incredulidad y dificultad para expresar el don de amor recibido del Papa, que toda la Iglesia ha llevado en su corazón, también gracias al pedido del Pontífice.
R. – Fue un encuentro muy, muy agradable. Me emocioné, sobre todo diciéndole al Papa lo que viví y también confiando a su oración, especialmente a las comunidades a las que iba y que ahora están sin presencia misionera y sin sacerdote desde hace más de dos años. Le dije al Papa que tenga presente a la Iglesia de Níger en su oración. El Santo Padre estuvo muy atento, me escuchó con mucha atención. También le dije un gran «gracias» por haber rezado por mí, junto con la Iglesia, y luego en el Ángelus del Día Mundial de los Misioneros cuando quiso este aplauso de la plaza por mi liberación. Le di las gracias y me respondió: «Nosotros te apoyamos a ti, pero tú apoyaste a la Iglesia». No tuve palabras ante esto: yo, un pequeño misionero y él que me hablaba así… realmente no tengo palabras.
– Recibir esta caricia del Papa Francisco, ¿qué ha representado para usted y para su historia como misionero marcada, precisamente, por este largo secuestro?
R. – Fue el abrazo de un padre, este padre que llevo en la oración todos los días. Encontrarlo ante mí fue realmente una emoción y un sentimiento de gran gratitud. Nunca hubiera pensado que un misionero que va a las afueras del mundo pudiera encontrarse un día ante el propio Papa, que apoya a la Iglesia universal. Son emociones difíciles de expresar… Yo continué diciendo, gracias, gracias, gracias, gracias.
– ¿Hay alguna palabra en particular que el Papa le haya dado y que usted guarde en su corazón para el futuro?
R. – Más que una palabra, un gesto. Cuando nos despedimos, le di la mano y me besó las manos. No me lo esperaba…
– En la homilía que dio ayer en Roma, usted dijo: recé con lágrimas y el desierto fue una experiencia de esencialidad. ¿Cuánto han marcado a su fe estos dos años?
R. – Las lágrimas fueron mi pan durante muchos días y han sido mi oración cuando no sabía qué decir. Incluso me lo escribí un día. Leí en una historia rabínica que Dios cuenta el número de lágrimas de las mujeres y le dije: «Señor, quién sabe si incluso cuentas las de los hombres. Te las ofrezco en oración para regar esa tierra árida de la misión, pero también la tierra árida de los corazones que sienten odio causando guerra y violencia». Y luego se va a lo esencial en el desierto.
Allí te das cuenta de que lo esencial es tener agua para beber, tener algo para comer, aunque sea el mismo alimento todos los días, cebollas, lentejas y sardinas. Pero como ves, no son los platos refinados los que hacen la sustancia. Lo mismo ocurre en la vida espiritual: lo que cuenta es el shalom, el perdón y la hermandad, y como misionero me siento aún más animado a ser testigo de la paz, la hermandad y el perdón, hoy y siempre.