Ya en el capítulo IV, que tiene como título: “Un Corazón Abierto al Mundo Entero” el Papa Francisco nos presenta la temática que va a desarrollar en él.
Estamos llamados al encuentro, la solidaridad, la gratuidad, a una amistad social, buscamos un bien moral, una ética social porque nos sabemos parte de una fraternidad universal. Si con anterioridad el Santo Padre ha afirmado que todos los seres humanos somos hermanos estamos obligados a asumir nuevas perspectivas y desarrollar nuevas reacciones (FT128).
Aquí el Santo Padre nos recuerda que cuando nuestro prójimo es un migrante los desafíos son más complejos. Lo ideal sería que no hubiese necesidad de migrar de manera forzada por las circunstancias, pero, dice el Santo Padre, cuando esta migración se da debemos tener una actitud que se puede resumir en cuatro verbos: “acoger, proteger, promover e integrar.”
Mientras no haya avances en la línea de evitar migraciones innecesarias y para ello crear en los países de origen mejores condiciones para el propio desarrollo integral, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar en donde pueda satisfacer sus necesidades básicas y desarrollarse (FT129).
A continuación, nos dice: “Esto implica algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los que escapan de graves crisis humanitarias.” Y pasa a proponer algunas acciones concretas: incrementar y simplificar visados, los programas de patrocinio, corredores humanitarios, ofrecer alojamiento, garantizar seguridad, acceso a servicios básicos, asistencia consular, entre otras cosas (FT130). La llegada de personas diferentes se convierte en don cuando las acogemos de corazón, cuando se les permite seguir siendo ellas mismas (FT134). Cuando los países acogen de corazón a personas de otras naciones, se enriquecen. La historia nos dice que eso es verdad pues, en Venezuela los inmigrantes han enriquecido a nuestro pueblo. Alguno me dirá que también han llegado personas de mala conducta y es verdad. Pero, los que han aportado más han sido personas que nos han enriquecido a través de ellos mismos y de su descendencia.
Por eso el Santo Padre añade: “La ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un país que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie.” (FT 137)
La gratuidad es la capacidad de hacer cosas porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, ni nada a cambio (FT139). Solo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro (FT141).
En el Nº 142 encontramos una afirmación muy importante ante unos nacionalismos extremos que se están viviendo en la humanidad. Hay que tener una sana tensión entre lo global y lo local; hace falta lo global para no caer en la mezquindad cotidiana y lo local para tener los pies en la tierra (FT142). No es posible ser sanamente local sin una sincera apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin enriquecerse por otras culturas (FT146). Toda cultura sana es abierta y acogedora (FT146). El mundo crece y se llena de belleza gracias a las síntesis que se producen entre culturas abiertas (FT148).
Como podemos ver el Santo Padre nos invita a tener un corazón abierto al mundo entero. Esos regionalismos cerrados no benefician ni al ser humano ni a los pueblos. Toda cultura tiene riquezas y el llamado es para que en comunión aprendamos a enriquecernos con todas ellas.
+ Mariano José Parra Sandoval