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En el marco de la celebración del Octavario por la unidad de los cristianos, y próximos a celebrar el Día Internacional de la Fraternidad Humana, el Cardenal Felipe Arizmendi, Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, México, reflexiona sobre la acción de Dios en las diversas religiones e invita a valorarnos, respetarnos y unirnos en bien de la paz, la justicia y la armonía social, que es la concretización del Reino de Dios.

Ciudad del Vaticano

Religiones por la paz

Por el Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

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Acabamos de celebrar el Octavario por la unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero de cada año, una iniciativa del Consejo Mundial de Iglesias, a la que se unió la Iglesia Católica después de Concilio Vaticano II. Su objetivo es orar por lo que Jesús pedía a su Padre: “Que   todos sean uno” (Jn 17,21). En su catequesis de la semana pasada, el Papa Francisco nos insistió en la necesidad de orar por esa intención. Esa semana no fue una iniciativa católica, sino de hermanos evangélicos. Todos los papas recientes se han reunido, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en la ciudad de Roma, el 25 de enero, para orar junto con cristianos de varias denominaciones y darnos ejemplo de unidad entre los creyentes en Cristo.

Desde el Papa San Juan Pablo II, se realizaron en Asís, Italia, encuentros no sólo de cristianos, sino de muchas denominaciones religiosas de todo el mundo, para orar por la paz. Nunca faltaron críticos que dijeran que eso era sincretismo, que eso debilitaba lo que siempre se había dicho, que la religión católica era la única, y que reunirse con personas de otros credos era un peligro para nuestra fe. El Papa Benedicto también participó en estos encuentros y nunca los vio como una amenaza para nuestra Iglesia, sino un paso más hacia la unidad de los creyentes de cualquier denominación. También critican al Papa Francisco, cuando se reúne con musulmanes, judíos, budistas, animistas y practicantes de religiones indígenas. No se trata de diluir la fe, sino de amarnos como hermanos, que es el mandato fundamental.

En el año 1992, cuando se hicieron unos cambios a la Constitución de nuestro país para mejorar algunas leyes en pro de una mayor libertad religiosa, fundamos el Consejo Interreligioso de Chiapas, a iniciativa de un pastor adventista. Participamos los obispos de entonces: Samuel Ruiz (+), Felipe Aguirre y un servidor. Hasta la fecha, los obispos de esa Provincia de Chiapas siguen reuniéndose, cada cuatro meses, con líderes presbiterianos, adventistas, bautistas, nazarenos, mormones, asambleas de Dios, buen pastor y otros. Las reuniones no son para discutir temas doctrinales, sino para meditar juntos la Palabra de Dios, hacer oración y programar acciones a favor de la paz social, sobre todo entre comunidades conflictuadas por cuestiones religiosas, a favor de la familia y la juventud, en bien de la ecología, en la lucha contra las drogas y el alcohol, ofreciendo criterios comunes en tiempos electorales, etc. Juntos abordamos la defensa de la vida y del matrimonio, en diálogo con legisladores locales y gobernadores de distintos tiempos y partidos. Ha sido una provechosa experiencia de unidad en favor de la comunidad. Esto no es perder nuestra identidad católica, sino poner en práctica el deseo de Jesús: la unidad de sus seguidores.

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, afirma: “Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia. El objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor” (271).

“La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, y no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Pero los cristianos no podemos esconder que, si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados… Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos” (277).

Y termina su encíclica con unas palabras que suscribió junto con el líder musulmán, el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, el 4 de febrero de 2019, en Abu Dabi: “En el nombre de Dios asumimos la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio” (285).

Actuar

Nos sentimos agradecidos y convencidos por nuestra fe católica, que tiene su raíz en Jesucristo, pero apreciamos la acción de Dios en las diversas religiones y tratamos de conocernos, valorarnos, respetarnos y unirnos en bien de la paz, la justicia y la armonía social, que es la concretización del Reino de Dios. Oremos por la unidad de todos los creyentes.