Los católicos en Cuba celebraron el 2 de febrero una Misa por la festividad de la Virgen de la Candelaria y por los 507 años de fundación de la provincia de Camagüey.
La Misa fue presidida por el Arzobispo de La Habana, Cardenal Juan de la Caridad García, junto al Arzobispo de Camagüey, Mons. Wilfredo Pino Estévez. En la Eucaristía, celebrada en la Catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, también estuvo presente el Obispo de Ciego de Ávila, Mons. Juan Gabriel Díaz Ruiz.
Además se celebraron los 50 años de sacerdocio del P. José Grau Adán, de Mons. José Manuel García Sardiñas, y del P. Francisco García Pérez.
Durante la Misa, el Cardenal García, que anteriormente fue Arzobispo de Camagüey, agradeció junto a sus hermanos obispos por los 507 años de fundación de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy llamada Camagüey.
Asimismo, dedicaron la Misa a la memoria del P. José Sarduy y del P. José Luis Rodríguez, que también fueron ordenados sacerdotes hace 50 años, pero que ya partieron a la Casa del Padre.
Durante la Misa, Mons. Wilfredo Pino compartió la carta que el Papa Francisco envió a los sacerdotes por sus 50 años de ministerio. En la carta, el Pontífice los felicitó y agradeció “por su generoso servicio sacerdotal a esa Iglesia particular” y les impartió su bendición apostólica.
Mons. Pino Estévez también recordó que el Cardenal García fue compañero del seminario de los tres sacerdotes homenajeados y que también cumpliría 50 años de sacerdocio, pero como entonces aún no tenía la edad requerida, tuvo que esperar un año más para ser ordenado.
La homilía estuvo a cargo de los tres sacerdotes, quienes agradecieron a Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, el primer Arzobispo de Camagüey, por haberlos consagrado sacerdotes en 1971. De forma simbólica, el Cardenal García utilizó el báculo de Mons. Rodríguez durante la ceremonia.
Mons. Adolfo Rodríguez falleció en 2003 y actualmente se encuentra en proceso de beatificación.
El P. Francisco agradeció a Dios por regalarle la gracia de la perseverancia y a Mons. Adolfo por llamarlo a servir en la pastoral penitenciaria, donde participó por más de 20 años.
Del mismo modo, el P. José Manuel recordó la acción de Dios en su vida, destacó el ejemplo de sus padres, agradeció al P. Francisco por llevarlo a la iglesia cuando era niño, y expresó su agradecimiento por también poder servir a Cristo en la visita a las prisiones.
Por su parte, el P. José Grau agradeció a Dios por permitirle ser formador en el Seminario “San Agustín” durante más de diez años. Aseguró que el ejemplo de fidelidad de sus padres, con 60 años de matrimonio, y el vivir en una familia “donde siempre recibí y viví en armonía, respeto, dedicación, confianza”, sembraron su vocación, la cual se consolidó con el testimonio y dedicación de tantos sacerdotes. “Estoy seguro que en esas bases Dios actuaba”, dijo.
También agradeció a la comunidad de fieles, que si bien fueron parte de una Iglesia que “quedó desmantelada”, siempre fueron sencillos, dispuestos a dar y servir. “A todos les debo mucho y me precio que no solamente han sido feligreses, son amigos entrañables”, dijo.
Durante la Misa también participaron otros sacerdotes de la Arquidiócesis, religiosos, religiosas, diáconos permanentes, seminaristas y un grupo de laicos, debido a las restricciones de aforo decretadas por el Gobierno por la pandemia del COVID-19.
Al final de la Misa se realizó una oración especial por la salud de todos los cubanos, en especial por los enfermos de COVID-19 y sus familias, y el personal de salud que los atiende.
Para recordar a los sacerdotes difuntos, Mons. Juan Manuel leyó una oración compuesta por el P. José Luis Rodríguez el 2 de enero de 1977, en la que recuerda la confianza en Dios en medio de la turbulencia y la dificultad.
“Si no es a ti a quién iríamos, si solo tú tienes palabras de vida eterna, solo tú eres el amigo que no falla, el hermano totalmente solidario, nuestro alimento para el duro y valioso peregrinar y en definitiva, nuestra luz, nuestro camino y nuestra vida. Ayúdanos con tu gracia a vivirlo siempre así con la dulce fuerza y amable energía del Espíritu Santo”, indica la carta.