Un acontecimiento de gran importancia para la vida de la arquidiócesis de Coro: ¡Nace el Seminario Propedéutico “San José”!, comunidad formativa donde inician su formación los futuros pastores que guiarán las comunidades parroquiales.
Después de 34 años de existencia del Seminario Mayor “San Ignacio de Antioquía”, que albergaba los seminaristas de la etapa de discernimiento o propedéutica, los de la etapa discipular o filosófica y los de la etapa configurativa o teológica (desde el 2019), se cuenta ahora con una casa exclusiva para la etapa de discernimiento. Inaugurada por monseñor Mariano Parra el 27 de febrero del año en curso, esta casa lleva por nombre Seminario Propedéutico “San José”.
El nacimiento del Seminario Propedéutico “San José” surge porque “es conveniente que la etapa propedéutica se viva en una comunidad distinta de la del Seminario Mayor y, donde sea posible, tenga una sede propia” (Ratio Fundamentalis Institucionis Sacerdotalis Nº 60).
El Seminario es una comunidad formativa, quizá la más importante en la arquidiócesis, porque allí se gesta el futuro de la Iglesia particular. Es tan exigente dicha formación que, además de la acción divida de la Santísima Trinidad, principal agente de formación, involucra como verdaderos agentes de formación: el Obispo, el presbiterio (sacerdotes), los seminaristas, los profesores, los especialistas (psicólogos, psicopedagogos…), la familia del seminarista, la parroquia y los consagrados (Cf. RFIS 125-151).
La formación sacerdotal, como observamos, es ante todo un don de Dios, pero también una tarea que exige la colaboración de todo el pueblo de Dios. Es un error muy frecuente pensar que la tarea de la formación es únicamente de los sacerdotes puestos como formadores por el Obispo.
Desde el Obispo hasta el último sacerdote, deben compartir la solicitud por la formación. En este sentido, se puede afirmar que la formación en el Seminario no es sino lo que recibe consciente o inconscientemente del presbiterio, más aún, el Seminario es un reflejo del presbiterio, así como un niño o joven refleja los valores familiares de su casa.
Los laicos, especialmente desde la parroquia “contribuyen a nutrir y sostener, de modo significativo, la vocación de los llamados al sacerdocio” (Cf. RFIS 148). Por eso no basta con pedir al Señor que mande obreros a su mies, sacerdotes para apacentar a su pueblo, es necesaria una colaboración efectiva y constante que supone la concreta ayuda espiritual y material.
¡Los sacerdotes no caen del cielo! Vienen de familias concretas, familias con situaciones particulares. Con todo esto, la familia es el primer espacio para descubrir y madurar la vocación, si en ella hay una verdadera escucha de la Palabra de Dios, la llamada a servirle sea desde el matrimonio, la vida consagrada o el sacerdocio, se dará espontáneamente.
Salen del seno familiar y se unen a una nueva familia, la del Seminario. Desde que un candidato inicia su proceso de formación sacerdotal hasta el día de su ordenación transcurren como mínimo nueve años. En este tiempo se ejercitará en la dimensión espiritual, académica, pastoral y humana. La dimensión humana está a la base de todas las demás, implica el sentido comunitario, donde la fraternidad y filiación son decisivas.
Abrir un nuevo Seminario es una provocación al presbiterio para seguir comprometido en la misión que recae sobre cada sacerdote, que requiere siempre ser continuada. Es también una exhortación a la familia y a las parroquias a ser cada vez más coherentes con su fe, con la búsqueda de la voluntad de Dios.
En este tiempo tan difícil que vivimos como humanidad, el Señor sigue llamando jóvenes para estar con él y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3, 14), por eso también dota de los medios necesarios para acoger las vocaciones. La apertura del Seminario Propedéutico “San José” es ya en sí mismo un signo del sí de Dios para nuestra Iglesia, ella no está dormida ni estancada, crece casi imperceptiblemente como el grano de trigo que se siembra.
Podrán existir los mejores edificios, profesores, dotación técnica, etc., para la formación sacerdotal, pero sin la colaboración de todos los agentes de formación la terea no será posible. El Seminario Mayor “San Ignacio de Antioquía” y el Seminario Propedéutico “San José” necesitan la colaboración de todo el Pueblo de Dios (sacerdotes, consagrados y laicos).
Oremos para que el Señor nos conceda seminaristas santos, que mañana sean sacerdotes santos, capaces de dar la vida por los fieles a ellos encomendados. De nada vale que sean muchos –Jesús escogió Doce–, lo importante es que sean discípulos del Señor, dispuestos a configurarse con su corazón de Buen Pastor y así aspiren y luchen por santificarse en la santificación de los hermanos.
Unidos a Nuestra Señora de Guadalupe de El Carrizal, no dejemos de orar: ¡Señor, danos sacerdotes santos! Pero no olvidemos que esta oración debe ir acompañada por un compromiso concreto desde la familia, parroquia y el presbiterio, porque el Seminario es un don y una tarea.
Pbro. Alberth Márquez