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Cuando Dios fija su mirada sobre un pueblo, es porque desea transformarlo desde su interior y ofrecer al resto del mundo un espacio donde pueda encontrarse con él, para adorarle, servirle y seguirle como las ovejas siguen a su pastor. El Israel del Antiguo Testamento, es el ejemplo más fidedigno del empeño del Señor por hacer de la humanidad una verdadera civilización del amor, pues, con paciencia supo direccionarlos, guiarlos y perdonarlos cuantas veces le fue necesario, poniendo al frente a grandes líderes que desde su vocación pudieron obedecer a Dios y cumplir sus designios.

Algo similar sucedió hace 490 años en “la noble y muy leal ciudad de Coro”, en la que Dios posó su mirada para sembrar la semilla de la fe y la evangelización en el continente suramericano. Un pueblo igual de rebelde que los Israelitas, domados por una contrapuesta colonización a través de la cual muchos sufrieron los embates de la desidia, el maltrato y la codicia. No obstante, en las tinieblas el Señor se hace luz para todas las naciones y con cetro de esperanza se manifiesta en sus hijos más nobles y sensatos. Es así como llega a estas tierras Don Juan de Ampíes, hombre de grandes valores cristianos y con una diplomacia que lo llevó a lograr uno de los acontecimientos que marcó un antes y un después en la historia de este país: fundar, junto al Cacique Manaure, la ciudad de Santa Ana de Coro, el 26 de julio de 1527, convirtiéndose en la primera capital de la Provincia de Venezuela.

Dado este hecho histórico, bajo la influencia española, ineludiblemente llegaría a estas tierras la instauración institucional de la Iglesia Católica. Aunque se haya auspiciado como una manera de apaciguar las aguas y responder con acciones concretas a los acuerdos que se establecieron en la fundación de la ciudad, la llegada del cristianismo traería consigo un sinfín de vicisitudes, que resultarían ser totalmente novedosas para una región que apenas hacía unos años había sido encontrada por hombres de sociedades mucho más organizadas  y avanzadas que la naciente Venezuela, concentrada en la pequeña ciudad del viento: Coro.

Ante tales experiencias, Coro se apunta como la ciudad mitrada que funcionaría como sede episcopal del país, ante lo que la Corona española y a consideración de Juan de Ampíes, quien fue enviado con la misión de crear una ciudad fortaleza que respondiera a los desafíos de la época, vieron necesario completar este proyecto con la creación de una Diócesis en la que también se le diera espacio a la fe cristiana y a la evangelización del llamado “nuevo mundo”. Es de esta forma que “de acuerdo con las pautas establecidas y que ya formaban ley, y en atención a las necesidades espirituales de estas regiones de Venezuela, el Papa Clemente VII, por Bula dada en Roma el día 21 de julio de 1531, erigió el Obispado de Venezuela, disponiendo la erección de Catedral en la cuidad de Coro y distinguiendo a ésta como la sede de la Diócesis, sujeta al Arzobispo de Sevilla.” (Adolfo Romero Luengo, Dimensión física  espiritual de la Patria, en su capítulo “La Fundación de Coro”, pág. 59).

De igual forma, a la recién creada Diócesis de Coro, se le adjudicaría un Obispo que pudiera gobernar a esta pontificia ciudad, por lo que la Santa Sede designa a Don Rodrigo de Bastidas como el primer Prelado de esta circunscripción eclesiástica, quien con tan solo 28 años de edad, comenzó a dirigir este pueblo de Dios años más tarde al llegar a tierras corianas, iniciando, de forma oficial, un camino pastoral en la cuna de la fe y puente de la evangelización de la Venezuela de ayer y de hoy.

En efecto, desde aquel momento el tiempo y las páginas de la historia se han encargado de ir revelando la esencia misma de Coro como Primada de Suramérica, entendiendo que nada de esto es casualidad ni mero capricho, sino que desde la conciencia y estudio del hecho en sí, en su naturaleza y contexto, representa la mayor de las grandezas en cuanto al deseo de Dios de que su presencia fuese apreciada en estos parajes de la “Tierra de Gracia”, como la nombró Colón en su tercer viaje a esta continente.

490 años después, sigue latente el deseo imperante del Señor de hacerse presente en la vida de los corianos y los venezolanos, recordando en cada espacio, cada estructura, cada acción apostólica, su proyecto de salvación, a través del cual pretende que su pueblo, a ejemplo de Israel, le siga y cumpla sus mandamientos. Celebrar este aniversario, en esta época en la que aún se puede evidenciar la belleza de una ciudad elegida por el Señor para constituirse como la madre de todas las Iglesias particulares de Venezuela, es un signo claro de esperanza, un llamado a la confianza en quien todo lo puede, en quien es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Redacción José Alberto Morillo

Fotografía: Miguel Sierra

Prensa Arquidiócesis de Coro

21 de julio de 2021