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Muchas son las necesidades espirituales que el pueblo santo de Dios experimenta a lo largo de su vida de servicio, representando oportunidades para el demonio de acechar y desviar el camino de quienes deciden seguir a Cristo. Es inevitable no sentirse indigno y miserable cuando reconocemos nuestras debilidades y pecados, pero esa es la llave que abre la puerta del perdón, es ese sentimiento de culpabilidad que nos lleva a saborear la misericordia del Señor.

Ante estas circunstancias en las que nuestra fe mengua por no creernos merecedores de la gracia de Dios, llega Jesús y, como con la adúltera del pasaje evangélico, nos defiende, nos levanta y nos perdona, invitándonos a seguir adelante, rechazando lo que nos aparte de él. Es así que, el Señor, quien piensa en todo y en todos, otorgó a sus apóstoles el poder de perdonar pecados, para saciar la necesidad de su pueblo: encontrar en sus propios hermanos el amor y la piedad que tanto anhelan, una vez se confiesan pecadores.

Los curas, llamados así porque sanan el alma de sus fieles a través del sacramento de la reconciliación, se le confiere esta responsabilidad cuando son ordenados sacerdotes, procurando la salvación de las ovejas que están en su redil. San Juan María Vianney, mejor conocido como el Santo Cura de Ars, supo asumir con amor su ministerio, infundiendo en la feligresía de un pueblo marginado por la poca afección a Jesús Eucaristía, la benevolencia, la caridad y el acercamiento al sacramento de la confesión.

Este insigne hombre, dedicó su servicio a curar almas, haciendo que reflexionaran sobre su propia vida desde la conciencia, la fe y la voluntad, realizando jornadas de confesión de más de 16 horas, en las que apenas se alimentaba para seguir escuchando, orientando y absolviendo pecados. Fue de esta forma, que levantó la comunidad de Ars, ubicada al sur de Francia, la cual, gracias al trabajo de San Juan María Vianney, es uno de los lugares de mayor peregrinación a nivel mundial, dado el sentido espiritual que adquirió a partir de su obra trascendental.

En tal sentido, la Iglesia Católica, celebra hoy su memoria, y en honor a su labor apostólica, lo nombró como Santo Protector de los sacerdotes, además de establecer la celebración de su onomástico como el día del párroco, reconociendo, de esta manera, su obra maravillosa en favor de los fieles católicos. Este testimonio, es una invitación de Dios a valorar, respetar y proteger a los hombres que, dejándolo todo, asumen el compromiso de administrar, pastorear y guiar una porción del pueblo santo de Dios, siendo parte de ella aun cuando no haya nacido allí, procurando el bien de todos, a pesar de no recibir, en muchas ocasiones, el agradeciendo que bien merecen.

A ejemplo de San Juan María Vianney, obedezcamos el llamado del Señor de reencontrarnos con él en el sacramento de la reconciliación y correspondamos a su amor, siendo comprensivos con quienes se dedican a ejercer su misterio en las periferias, orando incesantemente por ellos y por las parroquias que, teniendo pastores, no se alimentan de su servicio, y por las que, no teniendo, se aferran a Jesucristo, eterno sacerdote, perseverando en su anhelo por recibir a sus ministros.

Redacción: José Alberto Morillo

Prensa Arquidiócesis de Coro

04 de agosto de 2021