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Para quienes tienen el gusto y la bendición de trabajar con jóvenes, tienen claro también que el ejercicio pastoral con ellos no resulta nada fácil, pero, en esencia, es lo que lo hace realmente atractivo, interesante y satisfactorio, partiendo precisamente del anuncio de la Virgen María a San Juan Bosco, cuando le exhortó a acercarse a esos “lobos” para convertirlos en “corderos”, es decir, fue invitado a ir los más desposeídos, a los vulnerables y maltratados, a los aislados y apartados por la sociedad; en ello quería la “resplandeciente mujer” que Juancito enfocara su labor apostólica.

Es una propuesta, para muchos, muy exigente, pues, convertir a jóvenes que han llevado una vida golpeada por la necesidad y las carencias de todo tipo, suele ser, en ocasiones, muy complicado de lograr, pero cuando Dios entrega una misión a uno de sus siervos, jamás lo hará sin tener la certeza de que lo logrará, pues confía en los dones que le ha concedido y las capacidades que puede desarrollar a partir de su espíritu de servicio y su obediencia a él. Juan Bosco, desde niño quiso ser sacerdote, entonces comprendió que desde este estado de vida podía libremente cumplir la misión encomendada.

Si echamos un ojito a la vida de este gran santo de la Iglesia Católica, no sólo comprenderíamos que la santidad es posible para todos, sino que, además, podríamos conocer cómo Dios va obrando perfectamente en quienes se disponen a dosificar corazones duros e inquietos, siendo instrumentos de su gracia. Es impresionante lo que Don Bosco tuvo que aprender, asimilar y practicar para que realmente su testimonio de vida pudiera ser su principal herramienta de enseñanza, porque “la educación es cosa del corazón”, partiendo de la premisa de que desde lo que cada uno puede ofrecer se logra construir un verdadero aprendizaje, desde la propia experiencia de vida y cómo eso resulta ser provechoso para todos.

“En cuanto sientas la tentación, ocúpate con algo”, con frases pedagógicas como esta, cargadas de una profunda espiritualidad, San Juan Bosco orientaba y exhortaba a los jóvenes a vivir la fe desde la plenitud del amor de Dios, hizo que aquél que no valía nada para el mundo, valiera mucho para sí mismo y para el Señor, pues no hay obra más sublime y perfecta que hacer volver los hijos a su padre y, sin duda alguna, con todas y las desavenencias que esto causaba para la época, Don Bosco lo logró, y su legado ha sido el de mayor impacto, no únicamente entre los jóvenes, sino en los adultos que, viendo la obra en la juventud, se convierten, reconociendo que el Señor hace todo en todos.

Hoy, la Iglesia Universal celebra al Padre y Maestro de la Juventud, quien con empeño y vocación fijó su mirada en un objetivo claro y predilecto: los jóvenes; la población que más riquezas puede dar, en la que se consolidan las maravillas del Señor, a ejemplo de María, Jeremías, David, Timoteo, Ruth, y todos los que les sucedieron en la fe y que obedecieron el llamado de Dios, en ellos San Juan Bosco basó y desgastó su ministerio, hasta morir feliz de su labor el 31 de enero de 1888, 72 años trabajando y sirviendo, educando y transformando, cumpliendo su misión sin pereza, ni pena, confiado siempre de que el Señor lo asistía en todo momento. No olvidemos que los santos de la Iglesia nos recuerdan lo bueno que Dios es con nosotros, así pues, que, en el modelo de San Juan Bosco, podamos ver el propósito que el Altísimo tiene para cada uno, pues, lo que no vale para el mundo lo vale para Dios.

Redacción: José Alberto Morillo
Prensa Arquidiócesis de Coro
31 de enero de 2022