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“La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico…”
(Catecismo de la Iglesia católica).

La Iglesia católica siempre ha demostrado, desde sus inicios, interés de exhibir, respetar y conservar las bellas artes, desde las primeras pinturas murales con valor espiritual en las catacumbas romanas y todas aquellas artes “desde el paleocristiano al barroco, pasando por el gótico y el renacentista” (Floristán, 2007). Así mismo, lo destacó San Manuel González (1932): “¡Bendito mil y mil veces el arte cristiano que se bautizó con la sangre de las catacumbas y se confirmó con el crisma de la consagración de las basílicas romanas y se espiritualizó en las catedrales ojivales…”. Una labor doctrinal que empezó a normar a partir de la conservación del patrimonio histórico- artístico en los inicios de la Edad Media y se ha prolongado hasta nuestros días.

Por tal razón, el arte cristiano, nace no sólo para el decoro, o pieza de interés artístico en la veneración de los fieles, sino, como objeto de culto y evangelización con el servicio de las celebraciones litúrgicas. La misma, también es conocida como arte religioso cristiano, arte sagrado o arte sacro.

Es por ello, que los pastores de la Iglesia, desde siempre han tratado de hacer conciente a los que desnocen o desprecian al arte sagrado, la misma ha levantado la voz en el II Concilio de Nicea (año 787 d.C) para silenciar el mal pensamiento de la secta iconoclastia que prohibía la exhibición de las imágenes y su devoción. De igual manera, en el Concilio de Trento (1545- 1563) los obispos manifestaron su tradición eclesial a los fieles, donde tuvo que luchar contra los reformadores protestantes, quienes no aprobaban el uso de las imágenes de los santos ni su culto.

En efecto, a diferencia del Concilio Vaticano II (1962- 1965) “la santa Madre Iglesia fue siempre amiga de las bellas artes” (S.C. 1963) donde se realza el valor del objeto sagrado en la liturgia, en los lugares en que se exhibe (templos, museos y otros espacios), la formación de los artistas y del clero para que sirvan al “esplendor del culto con dignidad y belleza”.

En resumidas cuentas, el arte sagrado no es un elemento aislado ya que “integrará lo verdadero con lo bueno y que, al ser contemplada, agradará” (Nuevo Diccionario de Liturgia, 1987). De por sí, “el arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración…el arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador” (C.I.C. 2012, N°2502). Es decir, es un bien deseado en el alma del creyente, despierta su inteligencia y de ella “la admiración, el deseo y el placer” (Hernández, 1995) para santificar su ser, presentado a través de lo que muestra la liturgia como bondad en lo artístico.

Redacción: Dr. Nohé Gonzalo Gilson Reaño.

Prensa Arquidiócesis de Coro

02 de abril de 2022