A menudo en el trabajo pastoral nos encontramos con hermanos que no son capaces de ver más allá de los propios conflictos y situaciones y con frecuencia no entendemos por qué los consideramos “gente de fe”; así mismo, encontramos otros heroicos que en medio de las limitaciones y vaivenes tienen una capacidad –bien podemos decir fuerte– para superar los obstáculos y verse como gigantes. ¿Qué diferencia hay entre unos y otros? ¿Cómo podemos aprovechar estas experiencias en nuestra reflexión?
Desde la fe podemos decir que unos viven de la bienaventuranza que los arropa y les hace pararse por encima del aguacero, otros aún viven de una fe más formal, poco arraigada. Aun así, ambos pueden encaminarse a la superación de las propias limitaciones. Desde el punto de vista de la psicología y más en específico desde la logoterapia de Víctor Frank (1905-1997): La capacidad de superar la adversidad y salir fortalecido de ella lo define como Resilencia.
Víctor Frannkl mostró al mundo que, más allá de las dificultades y derrotas, el hombre es capaz de levantarse sobre ellas. Descubrió en medio de la soledad que podían quitarle todo lo que le era preciado: compañía de familiares, lugar de habitación, posición social, incluso la libertad; pero jamás lo más íntimo: su deseo de ser, de existir y de autodeterminarse. Afirma: “el hombre es hijo de su pasado y no esclavo de este, sino dueño de su porvenir”. Con esta frase se ancla en el presente que es lo único que realmente tenemos en nuestras manos.
A menudo podemos considerar, desde una fe limitada, que las fuerzas para salir adelante viene única y exclusivamente de Dios, pero debemos decir también que el mismo creador ha puesto en nosotros unos dones extraordinarios por medio de los cuales Él nos ayuda a autosuperarnos. La fe tiene, por así decirlo, varias dimensiones: se trata de creer en Dios; pero también de creerle a Dios y confiar en su plan, y especialmente creer en su Palabra; así mismo, la fe implica creer en mí, en los dones que Él ha puesto para mi grandeza y perfección; y también, la fe implica creer en el hermano, más allá de sus limitaciones. La fe implica la necesaria hermandad, por ello el perdón dado al hermano no es algo que se dé por sí él lo merezca, es sobre todo un don de fe. La fe no permite que seamos sujetos pasivos de nuestro crecimiento y superación. Así, por ejemplo, en palabras de Víctor Frankl, la logoterapia consiste en la búsqueda de la motivación del ser humano: libertad de la voluntad, la voluntad de sentido, el sentido de la vida.
Así entendido, la fe implica una gran capacidad para la resilencia, y creo que uno de los grandes mensajes de la Biblia es que Dios nos regala la fuerza para construir el futuro y que mucho depende de nosotros a nivel personal y comunitario. La resilencia es hija de la fe, podemos hablar de una fe resilente, capaz de superar, confiados en el amor Dios, cualquier adversidad; ya lo decía el Apóstol Pablo: “nada podrá apartarme del amor de Dios” (Rm 8, 28).
Una vez, nos invitaron a un partido de futbolito en la antigua cárcel de Coro. Al principio los 11 que fuimos estábamos muy nerviosos, para algunos era la primera vez. Pero al compartir con los reclusos, ver el respeto y compañerismo con el que nos trataban, notamos que era gente buena, gente que se había equivocado pero que conservaba esa bondad genuina que nos hace humanos, ellos eran resilentes o bienaventurados, podían reír en medio de las limitaciones y forjarse un futuro tras las rejas. Como diría Víctor Frankl que “aquellos que tienen un porqué y para qué vivir, pese a la adversidad permanecen y resistirán”. Al día siguiente, bien temprano debí pasar por la calle de la cárcel y escribí estas palabras con las que termino este breve escrito:
Por muy grande que sea una persona,
siempre lleva consigo su miseria;
por muy miserable que sea un hombre,
siempre lleva consigo su grandeza.
Eso somos:
grandeza y miseria.
Pero lo importante es:
donde ponemos el acento.
Redacción: profesor Gelfri Hernández
Prensa Arquidiócesis de Coro
09 de abril de 2022