La resurrección es el acto que da esencia y sentido a nuestra fe cristiana, con ella celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, es el triunfo de la esperanza sobre la desesperanza, del amor sobre la tiranía del odio, es el triunfo de la verdad sobre el engaño y la manipulación. La cruz no fue el último eslabón de la vida de Jesús, fue el paso necesario para revelarnos su grandeza y su omnipotencia divina. Con la resurrección Jesús confirma que Él es el hijo del Dios y que Dios-Padre vive en ÉL con toda su gloria y potestad, en Jesús resucitado Dios reafirma su amor infinito por la vida humana, se hace vida inagotable para siempre.
Jesús muere en la cruz, pero lo mata la maldad, el egoísmo, la incomprensión, el ansia de poder, la falsedad, la injusticia y las pruebas falsas, que es la misma miseria que se vive hoy en muchos escenarios, el nuestro no escapa, y que sigue matando a inocentes. Jesús muere como ladrón entre malhechores, torturado, crucificado, traicionado y abandonado, pareciera que el mal y la oscuridad se sobrepusieran sobre el bien, sobre la verdad y la luz, pero con la resurrección Jesús ha vencido todo mal y nos anuncia “La paz esté con Ustedes”, una paz que debemos construir con diálogo, comprensión, aceptación recíproca, respeto mutuo, con justicia y fraternidad.
Han pasado veintiún siglos de aquel acontecimiento que cambió la dirección de la historia y hoy se sigue torturando, traicionando y abandonando a Jesús en la humanidad de tantos inocentes, en la realidad de tanta gente oprimida a quienes se les ha robado o negado las oportunidades y sus derechos, hoy se sigue traicionando por dinero o por posiciones económicas o políticas, pero la verdad y la luz vuelven a los oprimidos de este tiempo, a los empobrecidos y manipulados, Jesús resucita hoy y siempre, y, nos dice que vivamos con Él su resurrección, es decir, una nueva vida llena de comprensión y amor.
Jesús quiere que participemos de su resurrección, que nos comprometamos activamente con ella, es decir, dispuestos a transformarnos y a transformar, pero para resucitar, también debemos experimentar el paso de la muerte, por tanto hay que dejar morir en nosotros aquellos antivalores que nos corrompen y en cierto modo nos deshumanizan. La resurrección supone un cambio, una reconstrucción de nuestra vida con la fuerza de Jesús resucitado. No es cuestión de decir, sino de comprometernos con una fe arraigada en la grandeza de la resurrección. Nuestro compromiso es ser testigo de la resurrección, demostrando con nuestras vidas que Cristo está vivo y sigue amando y sirviendo a través de nosotros.
La resurrección nos lleva a vivir valores profundos, como el perdón, la reconciliación, el servicio, la entrega, la aceptación, la esperanza, nos exige una fe más vigorosa y firme. Una fe que no se traduce en servicio y entrega no sirve de nada. Jesús nos enseña que la vida se nos ha dado para darla, para vivir como un regalo para los demás, para cambiar todo aquello que representa muerte: el egoísmo, la violencia, la venganza, la envidia, la soberbia, el odio y el rencor, la corrupción. Nos toca a los seres humanos construir y reconstruir la historia según el plan de Dios, que seamos capaces de amar a los demás tanto como nos amamos a nosotros mismos y así poder tener vida en abundancia, una vida realmente resucitada y comprometida con la vivencia de los valores evangélicos.
La resurrección ha de celebrarse desde una profunda fe, estar convencido que Jesús resucita no sólo para vencer la muerte y la oscuridad, si no que resucita para darnos vida plena, una vida rescatada y revalorada por Él, resucita para que lo reconozcamos Hijo-Dios, sentado a la derecha del Padre, y para tenerlo como nuestro único salvador, resucita para hacer posible el Reino de Dios entre nosotros y Él a la cabeza, para que vivamos y nos comprometamos. Creer en Jesús resucitado es, en definitiva, aceptarlo como modo de vida y como revelación de Dios entre nosotros.
Redacción: prof. Moisés Chirinos
Prensa Arquidiócesis de Coro
23 de abril de 2022