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La persona humana quiere y puede desarrollarse, tiene libertad y autonomía para hacerlo. Cada persona ha nacido con herramientas con las cuales puede desarrollarse sin ninguna otra limitación que no sea su propia voluntad, y para ello ha sido provisto por el creador de una energía movilizante: La vocación. Vivir en y desde la vocación supone la posibilidad real de autorealizarse. Tener clara la vocación es tener la primera y la más fundamental base para realizar el proyecto de vida. El hombre, dice Rodríguez J (2008), “debe inventar su propia existencia”, y este invento del hombre debe surgir de la vocación, de lo contrario sería una existencia no concreta, débil y desorientada.

La vocación es una invitación a ser y a estar de un modo particular en el mundo, de manera autentica, saboreando la existencia, la vocación contiene, además, la proyección del ser, por tanto, toda vocación es tarea que exige dedicación, discernimiento, entusiasmo, voluntad.


Toda persona tiene conciencia de su ser, de sus limitaciones y de sus posibilidades, tiene a su vez un natural deseo de llegar a ser más, de proyectarse, de vivir mejor, de desarrollarse. Cada persona debe crear conciencia que puede trascender sus propias limitaciones y alcanzar aquello que representa su realización, sus sueños; puede voluntariamente y por sus propios medios trascender sus límites, todo ello dependerá en que pueda descubrir lo que potencialmente late dentro de sí: su vocación.


El ser humano es un ser abierto, posible, siempre es un poder ser, perfectible, inagotable, con potencialidades siempre por descubrir, y es justamente la vocación ese espacio íntimo para descubrir y descubrirse, y desde allí, abrirse a las posibilidades para desarrollarse como persona, al mismo tiempo, tiene la libertad de negarse o de construirse, puede, si lo desea, desarrollar la plenitud de su vida, hacerse feliz poniendo énfasis en lo que está dentro de sí, por eso el camino de realización es primero un camino hacia el interior, hacia el propio descubrimiento. Tal como lo señala, González L, “hemos de cultivar con todo nuestro esmero la vida interior, donde cobra sentido los éxitos como los fracasos, donde diariamente se generan nuevas fuerzas para el enfrentamiento a la vida y donde se aviva el fuego de la esperanza en un futuro mejor”.


En nuestro interior reside y fluye la vocación, que es la fuente de inspiración que guía los sueños y orienta el desarrollo personal. La vocación es, en su origen, una llamada a ser, que además de ser oída, conviene ser escuchada, es decir, atendida, prestarle atención y seguirle, es en definitiva ponerse a hacer lo que nos dice que hagamos desde esa fuerza inspiradora, en la convicción que eso que nos dice es lo más conveniente para nuestra realización personal y desarrollo humano.


La vida como desarrollo humano es una constante aventura, una búsqueda incesante, un estar lanzado a la realidad y para ello se requiere de un espíritu creador y de madurez, de sereno y razonado equilibrio, de perspectivas claras y objetivas. Cada persona desde la fuerza de su vocación persigue un ideal de perfección que aspira alcanzar en el devenir histórico de su vida, es poner en práctica aquello a lo que nos invita Jesús “Sean perfectos como mi Padre lo es”, y para ello cada ser humano puede tener la certeza que cuenta y gratuitamente con una valoración ya ganada, es imagen y semejanza de Dios (Gen.1:27), es responsabilidad de cada quien no desperdiciarla.

Por otro lado, la posibilidad del desarrollo humano pasa necesariamente por la apertura a unas relaciones auténticas entre las personas. El desarrollo humano no se realiza en solitario, ni en procesos de antagonismo afectivo o social, se crece en armonía con los otros aun cuando pudieran existir diferencias, lo que sí debe existir es la apertura, es decir, el encuentro sincero con el otro. Nos realizamos en comunión con los otros, vale decir que somos seres comunitarios. Es en el intercambio mutuo, recíproco, que podemos compartir las distintitas riquezas que cada quien tiene. Dar y recibir, aceptar y ofrecer, son esas experiencias las que fomentan el desarrollo integral de la persona.


Nuestro desarrollo y realización se plantea desde su carácter relacional y comunicativo con los otros, los seres humanos estamos lanzados a encontrarnos en un ambiente de comunidad, de relaciones interpersonales significativas en las cuales encontramos la posibilidad de satisfacer algunas de nuestras necesidades básicas y trascendentes, lo que significa que el encuentro real y afectivo con los demás es vital para el desarrollo humano. En Vaticano II, Gaudium et SpesG n24 se lee: hombre “no puede encontrar su propia plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás”, esto ha de constituir un hecho ineludible que convoca y exige una respuesta amorosa y solidaria con los demás, es decir, amar. Tener claro que la capacidad de amar y de servir aumenta en la medida que se practique, esa práctica constante debe llenarnos de gozo y alegría, que resulta en desarrollo personal.

Redacción: Moisés Chirinos

Prensa Arquidiócesis de Coro

28 de agosto de 2022