En el lenguaje actual de la Iglesia, se habla con mucha frecuencia de transformación, “reforma”, actualización y renovación. Con la presente reflexión intentaremos dar algunas pistas que sirvan para comprender la realidad que se significa tras dichas palabras. Nos motiva a ello el hecho de que la Iglesia Universal y nuestra Arquidiócesis viven tiempos de renovación.
Quien se detenga a conocer la historia de la Iglesia descubrirá que la reforma, renovación o actualización, es una realidad constante y siempre necesaria que brota de la misma fidelidad al Señor. De hecho, tal vez podemos afirmar que la Iglesia de Cristo es re-forma, es decir, la nueva forma, la actualización del Pueblo de Dios que Él había escogido desde el Antiguo Testamento, constituido ahora en un Nuevo Pueblo, por una Nueva Alianza.
Antes del siglo XVI, tuvieron lugar en el seno de la Iglesia reformas como la gregoriana, la operada por todo lo que implicó el movimiento de Cluny, etc. En el siglo XVI aconteció un movimiento cristiano llamado La Reforma, el cual tuvo un gran impacto en el ámbito político, social… es importante resaltar esto porque a veces se cree que dicho cambio únicamente concierne a la Iglesia; tampoco la renovación actual afecta sólo la Iglesia, sino que desde ella opera en otras realidades, en campos como la ética.
Una mala lectura de dicho acontecimiento, obliga a pensar que aquello es un hecho único en la historia de la Iglesia y que constituyó una embestida de personas “ajenas” a ella (Martin Lutero, Zuinglio, entre otros.) y que luego no hubo más remedio que defenderse del ataque y realizar una Contrarreforma cuya punta de lanza fue el Concilio de Trento.
Lamentablemente, por ese sabor a protestantismo, a “herejía”, a desviaciones, al hablar de reforma nos da una especie de alergia, sentimos rechazo y nos cerramos ante ella. Pero, como hemos señalado, la transformación de la Iglesia es una cuestión de siempre, es imparable, es obra del Señor que hace nuevas todas las cosas.
Desde el Concilio Vaticano II se ha hecho más patente la necesidad de transformación que tiene y tendrá siempre la Iglesia. En efecto, las palabras que se utilizaron para expresar la orientación de dicho Concilio (aggiornamento, actualización o “reforma”) manifiestan esta realidad de cambio, de transformación.
Volviendo a la Reforma de hace seis siglos, quizá la única de la que guardamos memoria (gracias a la historia de bachillerato), un estudio más atento lleva a comprender que surge en el seno de la Iglesia y no precisamente de los que luego se retiraron de ella. Quiere decir que antes de Lutero y los otros, ya se gestaba en la Iglesia un movimiento reformista, un movimiento de transformación.
Las verdaderas reformas no vienen por leyes canónicas, por directrices de los pastores, por intuiciones magníficas de mentes brillantes o grandes gerentes en la Iglesia, la auténtica transformación de la Iglesia de Cristo es impulsada por los que asumen vivir con radicalidad el Evangelio, los que se deciden a cumplir, por la acción del Espíritu Santo, el doble mandamiento del amor. En síntesis: la verdadera transformación de la Iglesia es la que gestan los santos, ellos son los verdaderos reformadores.
Hemos señalado lo suficiente la reforma en la historia de la Iglesia, con la intención de hacernos conscientes de que la llamada actual a transformar la Iglesia no es cosa del Papa, es algo de siempre. Ciertamente, hay una intuición “nueva” en la llamada a transformar la Iglesia que nos hace el Papa Francisco pero la llamada a renovar la Iglesia es permanente.
En este sentido, el Proyecto de Renovación Pastoral que vive la Arquidiócesis de Coro no es una cuestión del Obispo, de la Vicaría de Pastoral, de unos curas, de un grupo de personas… es una exigencia intrínseca de la propia Iglesia, si quiere ser fiel al Señor, y la han de vivir todos los bautizados. ¿De dónde nos vendrá dicha renovación? Ya lo hemos dicho, de una vida en santidad. El asumir plenamente el Evangelio, la vida de fe, es lo que renueva la Iglesia.
Por eso, antes que hablar de una reforma o renovación de la Iglesia, debemos estar conscientes de la necesidad de una renovación personal. Si tomamos conciencia de esto tendrá más sentido la oración que dirigimos a Nuestra Señora de Guadalupe al final de cada Misa, descubriremos que de cada uno de nosotros depende la Renovación Pastoral de la Iglesia.
Redacción: Pbro. Alberth Márquez
Prensa Arquidiócesis de Coro
04 de septiembre de 2022