Radio Guadalupana Online

«Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor, y se les dirá ministros de nuestro Dios. […] Yo les daré con fidelidad su recompensa y sellaré con ellos una alianza eterna» (61,6.8)

Con estas palabras que acabamos de escuchar en la primera lectura tomada del Profeta Isaías quiero comenzar esta reflexión con motivo de la Misa Crismal de este año. Como todos los años, en nuestra Arquidiócesis la Misa Crismal se ha convertido en una fiesta y peregrinación para reafirmar nuestra fe en el Sumo y Eterno Sacerdocio de Jesucristo. Celebramos la Misa Crismal en la cual alabamos a Dios, que ha ungido con su fuerza divina al presbiterio para hacernos Ministros de su Misericordia para el pueblo, y unge a este mismo pueblo con el carácter sacerdotal que han recibido en el Bautismo.

Las palabras que Cristo dijo, después de leer al Profeta Isaías: «Hoy se cumplen aquí estas cosas”, deben tener en este día un sentido muy especial. Hoy como ayer, nuestra sociedad cada vez más empobrecida, más oprimida por el látigo de la injusticia, la violencia, el odio y las guerras, clama por el Ungido del Señor para liberarse de todas estas esclavitudes.

Cristo el Ungido por excelencia ha sido el enviado del Padre para sanar esas heridas que sufre la humanidad y, nosotros, sus seguidores, por la participación en la Unción que recibimos en el Bautismo, estamos comprometidos, a ejemplo de Cristo, a luchar contra toda clase de opresión, explotación y violencia. Cristo, el Ungido por excelencia, es la fuente de esa misma unción para todos los que en El creen. Nosotros por El participamos de esa misma vida divina.

Quiero en esta oportunidad recordar este texto del Evangelio según San Mateo: «Al ver a la muchedumbre. Cristo sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9,36)

«Vejados y abatidos». Difícilmente se pueden encontrar otros calificativos que definan mejor la situación actual de las familias venezolanas: Vejación o humillación es lo que experimentan las madres que deben realizar múltiples maniobras para conseguir algo de alimento para sus hijos. Vejación es lo que sufren los trabajadores de nuestro pueblo cuando a cambio de largas jornadas de sudor reciben un salario que no les garantiza una vida digna Vejación es lo que vivimos todos los venezolanos cuando vemos el progresivo deterioro de los hospitales, el calvario que supone conseguir cualquier medicina, el colapso de casi todos los servicios públicos; es la educación deficiente que se imparte en nuestras escuelas y liceos. Una gran mayoría de estas instalaciones se encuentran en una deplorable ruina con muchas deficiencias pedagógicas y sin materiales.

Vejación es la esclavitud infantil, que afecta a varias decenas de miles de niños venezolanos que no pueden estudiar pues deben dedicarse a trabajos forzados y deambulan por nuestras calles en el más deplorable abandono. A esto hay que sumar otras esclavitudes modernas, como la trata de mujeres, la migración. Vejaciones son las múltiples violaciones a los derechos humanos.

Todo esto ha llevado a una descomposición social nunca vista en el mundo, que tiene su rostro más evidente en la corrupción que lo impregna todo: desde las más altas esferas del poder hasta las relaciones cotidianas están signadas por este pecado social.

Nosotros, como iglesia, no podemos silenciar tanto dolor, tanto abatimiento porque son muchos los que nos miran esperando una palabra de aliento y compasión. En cada una de esos hermanos nuestros que sufren está Cristo, el Ungido, esperándonos.

Los sacerdotes estamos llamados de una manera especial a ser ministros de la misericordia de Dios, nuestro Padre. Para eso hemos sido ungidos como lo afirma de sí mismo el Señor en el evangelio.

La unción que recibimos el día de nuestra ordenación está destinada a ungir al pueblo fiel de Dios, a cuyo servicio estamos; nuestra unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos… Una imagen muy hermosa de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es ungüento precioso en la cabeza, / que va bajando por la barba, / que baja por la barba de Aarón, / hasta la franja de su ornamento»» (v. 2). El Papa Francisco nos recuerda que «La imagen del ungüento que se derrama, que va bajando por la barba de Aarón hasta la franja de sus vestiduras sagradas, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del Ungido, llega hasta los confines del universo, representado mediante las vestiduras.»

El Señor, que nos ha llamado al sacerdocio lo dice claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos y para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para «perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que el aceite se pondría rancio…, y el corazón amargo».

«Hay, pues, que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, donde hay sangre derramada, donde hay ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos amos. Tenemos que salir a darnos y a dar el Evangelio a los demás, a dar la poca unción que tenemos a los que no tienen nada de nada.» Quien no sale de si, en vez de ser mediador, va convirtiéndose paulatinamente en intermediario, en gestor.

«Ser sacerdotes es, queridos hermanos, una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente [1]; y para nuestro pueblo es un gran don el hecho de que el Señor elija, de entre su rebaño, a algunos que se ocupen de sus ovejas de manera exclusiva, siendo padres y pastores.» (Francisco. Misa Crismal del 2022)

Queridos hermanos sacerdotes, ésta es una invitación muy concreta que nos hace el Señor a que le seamos fieles a la misión que nos ha confiado. Invitación a constituimos en unción para este pueblo que se nos ha encomendado y que sufre una profunda crisis

En este sentido somos un regalo de la misericordia de Dios Padre para con todos, en especial para esta generosa tierra falconiana, Como nos dice el salmista, al verlos podemos sentir cómo la misericordia de Dios es inmensa y eterna; y también podemos cantar con el salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos”. Queridos hermanos sacerdotes: Hoy renovaremos nuestros compromisos sacerdotales. Lo haremos delante del pueblo de Dios, el cual confía en cada uno de nosotros.

Pero, algo importante para ser fieles a esa misión que se nos confía es «Fijar los ojos en Jesús”. Esa es una gracia que, como sacerdotes, debemos cultivar Solo si fijamos nuestra mirada en El seremos capaces de ser fieles a esa misión que se nos ha encomendado.

Quiero alentarles y llenarlos de entusiasmo: que la vida y ministerio de cada uno de nosotros haga sentir y crecer a la Iglesia. No somos simples funcionarios de lo religioso ni gerentes pastorales. Somos imagen del Buen Pastor. Ahí está, en la asamblea presente, el pueblo de Dios al cual nos debemos. No desfallezcamos, sino mantengamos siempre viva la gracia recibida por la imposición de las manos.

Queridos hermanos sacerdotes, la misa crismal nos invita a agradecer a Dios porque fuimos ungidos y de algún modo nos hizo más suyos. La unción es ternura de Dios; y en un mundo que necesita de Dios, la unción nos recuerda su amor y su elección.

Esta elección, nos lleva ante todo a un reconocimiento. Hoy queremos reconocer el amor de Dios, porque nos llamó, y nos hizo sus discípulos y sacerdotes para siempre. Primero por el bautismo y la confirmación, después por la ordenación sacerdotal. Cuando nos ungieron las manos con el crisma, el Obispo nos dijo: «Jesucristo, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te proteja para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio». A partir de ese momento, el sacerdote, ungido del Señor, posee un trato intimo con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos ungió, Espíritu del Padre, enviado en nombre de su Hijo, que nos mueve a ser guías del camino de nuestro pueblo, para formar una comunidad viva, comunidad de fieles y Pueblo santo de Dios. Por eso hoy renovamos este compromiso de unirnos íntimamente a Cristo, modelo de nuestro sacerdocio, y de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, discípulos.

misioneros, movidos por el amor a Dios y al prójimo. De este modo, los invito a agradecer nuestra vocación de sacerdotes y discípulos de este Amor, capaces de dejamos atraer siempre, con renovado asombro por Dios, que nos amó y nos ama primero (cfr. Benedicto XVI, Aparecida, Discurso Inaugural, n 3).

QUERIDOS HIJOS E HIJAS,

Ante Ustedes están nuestros queridos hermanos y próvidos cooperadores. No los dejen solos. Además de recibir las continuas primicias de su ministerio, sean sus compañeros de camino y de evangelización. Ustedes los necesitan por ser servidores suyos. Ellos también los necesitan a ustedes para dejar a un lado toda tentación y todo aquello que distorsione la imagen del Buen Pastor en ellos. Sean sus compañeros de camino con la oración y el compromiso evangelizador en sus parroquias. Ténganlos como lo que son: ministros configurados a Cristo, no profesionales de una empresa inexistente. Ámenlos y déjense amar por ellos; y junto con ellos, arriésguense a ir mar adentro para conseguir una pesca abundante para el Reino de Dios. Les invito ahora, como lo solemos hacer en cada Misa Crismal a que, de pie, hagamos un acto de fe en el Sacerdocio de Cristo manifestado en ellos con un caluroso, cariñoso y fuerte aplauso. Como lo vengo haciendo todos los años, quisiera que, como expresión de esa fe en el sacerdocio de Cristo, presente en nosotros como pueblo sacerdotal y, de manera particular en cada uno de ellos, realizaran un signo, muy humano y cristiano a la vez: de pie con la mirada puesta en ellos que reflejan al Pastor Bueno y Sacerdote Eterno. le brindemos el más cálido y sonoro aplauso de reconocimiento, comunión y amor.