Queridas hermanas y hermanos.
De nuevo hoy, al inicio de la celebración de la gran fiesta de la Pascua del Señor, nos reunimos para conmemorar, en la víspera de su muerte, la Ultima Cena del Señor. Acontecimiento en el cual además de la institución de la Eucaristía, el Señor nos dejó el mandamiento del amor y nos invitó, con su ejemplo, a concretizar ese amor en el servicio a los demás.
Ante la inminencia de su muerte que Caifás había sentenciado ya, Jesús quiso despedirse de los suyos en la celebración de la cena de la pascua judía. Como escuchamos en la primera lectura, los judíos se reunían todos los años, en familia, a celebrar y conmemorar aquella cena en la cual se hacía presente la experiencia impactante de su liberación de la esclavitud de Egipto; «Éramos esclavos y ahora somos libres», «con mano poderosa y brazo extendido nos hizo subir de Egipto el Señor». En esa cena el pueblo judío celebraba la cercanía de Dios a su Pueblo. Celebraban la antigua alianza.
Jesús sabía que su Hora había llegado y que de nuevo se iba a inmolar un cordero para sellar la Nueva Alianza y ese cordero y esa víctima era Él. Y en esa cena pascual judía instituye la Eucaristía, el sacramento con el que se haría memoria viva de su Pascua por siempre. Al instituir la Eucaristía y el Sacerdocio, Jesús inaugura anticipadamente la Nueva Alianza que sellará con su sangre en el Calvario. Allí Cristo se inmolará y derramará hasta la última gota de su sangre, la sangre del Cordero por excelencia, el que quita el pecado del mundo. Jesús el Señor. Así Dios Padre, que nos ama hasta el extremo, nos entrega a su Hijo para la salvación de toda la humanidad. Jesús se convierte en ofrenda y víctima propiciatoria en el sacrificio que daría libertad auténtica a toda la humanidad. En esa tarde, Jesús instituye el sacramento del amor. El sacramento que nos garantiza que su Pascua alcanzará a todos los seres humanos de todos los tiempos y que éstos la celebrarán en ese mismo sacramento.
A la institución del sacramento de la Eucaristía van unidos el mandamiento del amor y el lavatorio de los pies. Ambos elementos están estrechamente unidos a la Eucaristía. El milagro de su amor presente en la Eucaristía nos debe llevar al amor y al servicio a nuestros hermanos. Si la Eucaristía es el sacramento del amor, ésta nos lleva a la actitud del servicio, es decir el lavarnos los pies y lavárselos a los demás, y a vivir el amor a los demás. No puede haber Eucaristía si no existe el cumplimiento y la realización del amor. En esta sociedad tan golpeada por el desamor, nosotros los que creemos en Cristo tenemos una gran responsabilidad: debemos ser testigos de ese amor que Dios nos tiene y que nos manda a tener a los demás. Tenemos que contagiar de ese amor a toda nuestra sociedad. Es el mandamiento del amor y es el ejemplo de servicio que recibimos de Cristo. La Eucaristía no es simplemente un conjunto de ritos sin contenido y al cual estamos obligados de participar todos los domingos porque así nos lo dice el tercer mandamiento. No. La Eucaristía, repito, es el Sacramento del Amor que nos impulsa a vivir en el amor de Dios y a ser testigos de ese amor, sirviendo a los demás.
Que lamentable es ver que muchos católicos vienen a la Eucaristía dominical y luego al salir de ella son los primeros sembradores del desamor: porque maltratan y desprecian a su prójimo, porque no le pagan lo justo a sus empleados u obreros, porque viven sumergidos en el materialismo y el consumismo que destruyen, porque hacen suyo el comercio de muerte con la droga, el vicariato, el secuestro y la violencia, porque no luchan por superar la pobreza ni la exclusión, porque se creen más que los demás y así imponen sus criterios exclusivos y excluyentes, porque destruyen la inocencia de los niños, porque insultan y desprecian al que piensa distinto, en fin porque acrecientan el desamor en una sociedad que se encuentra marcada por él.
Al conmemorar hoy la institución de la eucaristía viéndola desde el prisma del amor que Dios nos da, tenemos una hermosa oportunidad para hacer un acto de fe en ese mismo amor de Dios. La mejor forma de hacerlo es renovando en cada uno de nosotros la actitud propia del discípulo de Jesús: el amor que todo lo puede, como nos enseña Pablo. El amor paciente y capaz de perdonar, el amor que atrae y une, el amor que no es envidioso ni engreído, el amor que hace brillar la luz de la libertad de los hijos de Dios.
Cuando celebramos en esta tarde este gesto de amor, sacramento de nuestra fe, la Iglesia nos reitera la invitación a lavarnos los pies mutuamente. ¡Qué hermoso seria que hoy y mañana pudiéramos hacer gestos concretos de amor entre nosotros! Pero no como algo pasajero, sino como manifestación de que de verdad celebramos el misterio del amor de Dios presente en medio de nosotros. Son muchas las cosas que podemos realizar desde visitar a un enfermo o anciano necesitado de apoyo hasta la conversación de los cónyuges entre sí y de los padres e hijos para pedir perdón si fuera necesario y fortalecer el amor que siempre es urgente… y ¿por qué incluso no llegar hasta la decisión de visitar a quien nos ha ofendido o que pudiera ser nuestro adversario y enemigo para reconciliamos con él? Si de verdad creemos que la Eucaristía es el sacramento del amor, es con la práctica radical del amor como debemos llegar a su celebración caca domingo y cada vez que lo hagamos. Hermanas y hermanos, que al inicio de nuestro comienzo de la celebración de la Pascua del Señor convirtamos nuestro corazón al amor que Dios nos tiene y nos pide que brindemos a los demás. Que desde hoy hasta mañana que celebraremos la muerte amorosa de nuestro Señor, meditemos profundamente en ese amor que hemos recibido de Dios y que este nos mueva a vivirlo en nuestros hermanos. En que en nuestra adoración a Jesús Eucaristía que hoy se nos queda en el Monumento, nos identifiquemos con El, que es amor.